Comunistas, de Manuel Castells en La Vanguardia
Resulta sorprendente y un tanto deprimente observar en la política española la descalificación de comunista como argumento político, como en tiempos de Franco y de la guerra fría. Muy asustados deben de estar los partidos acostumbrados a monopolizar el poder para recurrir a esta bajeza. No sólo es política del miedo, sino del miedo irracional. Y además no funciona. Porque resulta que el líder político actualmente más valorado en las encuestas es Alberto Garzón, que se declara comunista a mucha honra, sin que les importe a los ciudadanos en un sentido o en otro. Pero esto no quiere decir que ni él ni nadie esté proponiendo políticas comunistas, a menos que el control público de bancos ya nacionalizados con dinero público o la fiscalización de la corrupción política entren en esa categoría.
Como el coro de agoreros va a seguir, merece la pena una reflexión. El comunismo es a la vez una ideología, una realidad histórica y una práctica política extraordinariamente diversa según países y momentos. Como ideología, tuvo y tiene componentes utópicos y de reivindicación de los trabajadores frente a las injusticias del capitalismo que cambiaron la conciencia y fueron asumidos por partidos socialistas y de liberación nacional como derechos sociales. La utopía, en cambio, en su realidad histórica, derivó a un universo totalitario que entronizaron la Unión Soviética y China, así como sus satélites. Pero esa realidad histórica también arrojó un balance de éxito a condición, como he escrito en mi obra, de olvidar la destrucción de millones de seres humanos y la dictadura implacable de un partido. Un olvido inaceptable. La Unión Soviética se industrializó y modernizó en un tiempo récord y construyó una máquina militar que fue la fuerza decisiva para derrotar al nazismo. Su crisis económica y luego política se debió a su incapacidad para transitar a una sociedad de la información en un sistema que bloqueaba la información, como demostramos en nuestro libro con Emma Kiselyova.
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